Manolo, Marti y Encarna - año 2009 |
Desde aquel fatal mes de mayo de 2014 yo personalmente no he vuelto a encontrar la felicidad, no hablo de esa felicidad plena de la que se habla tanto en los círculos positivistas modernos de ahora, no, hablo de una situación en la que la pena no me inunde cada día. Por mucho que intente estar entretenido, distraído, ocupado... Siempre acaba apareciendo un recuerdo o, muchas veces también, una ausencia que perfora mi corazón. Sé que tengo una manera de ser complicada y que me abro al mundo de manera muy peculiar que no todos entienden, pero también es cierto que vivimos en una época de demasiado egoísmo y la mayoría de las personas tampoco tratan de entender a quien se les escapa. Eso agranda la brecha de soledad en la que me caigo cada día, cada noche.
No negaré que en los cuatro últimos años encontré un refugio importante en mis padres, en esos momentos en los que sentí que me necesitaban, me volqué emocionalmente con ellos; me desesperaban a veces, si, me hacían muy feliz, volver a mantener una relación tan estrecha con ellos me sacaba muchas sonrisas al cabo del día y, lo admito, fueron muchas las jornadas enteras en las que ocupándome de ellos, escuchándolos, intercambiando anécdotas y a veces conversaciones incluso vacías, se me pasaron las horas entre el amanecer y el ocaso sin derramar una lágrima por mi hermana, lograban mantenerme alejado de esa melancolía, consiguieron ellos, ¿quiénes si no?, quitarme minutos, horas y días de esa tristeza que se apoderó de mi cuando Marti se fue.
En siete meses los perdí a los dos, la Encarnita se fue una día de mayo, agarrada a mi mano, entre suspiros y lágrimas que no supe calmar. No pudimos despedirla como necesitábamos, no hubo funeral, ni velatorio, solo un triste adiós a las puertas del cementerio. Manolo no quiso vivir la Navidad sin su amor, se acostó la tarde Nochebuena y nos dejó el 26 de diciembre, me avisó de que era el momento y, como su mujer, agarrado a mi mano y derramando lágrimas dio su último suspiro. Dos imágenes tan similares que jamás lograré olvidar. La soledad regresó, la tristeza se instaló de nuevo, si es que llegó a irse, en mi corazón. No puedo ver nada del mismo modo, no puedo vivir la vida igual, me faltan tres apoyos en mi vida y aún he logrado averiguar cómo seguir manteniendo el equilibrio sin ellos.
Nada será igual, no puedo avanzar y sonreír a la vez, no sé, nadie me enseñó.