martes, 31 de agosto de 2021

Es difícil que algo vuelva a ser igual

Manolo, Marti y Encarna - año 2009
Desde que Marti se fue, nada ha sido lo mismo, hemos tratado de hacer como que las aguas volvían a su cauce, pero solo ha sido una simulación de algo que dura ya siete años. Todo es distinto y la marcha de mis padres de manera tan seguida, en un año tan complicado y con unas circunstancias tan dolorosas como nos ha impuesto la maldita pandemia, no ha ayudado nada a tratar de seguir adelante con nuestras vidas.

Desde aquel fatal mes de mayo de 2014 yo personalmente no he vuelto a encontrar la felicidad, no hablo de esa felicidad plena de la que se habla tanto en los círculos positivistas modernos de ahora, no, hablo de una situación en la que la pena no me inunde cada día. Por mucho que intente estar entretenido, distraído, ocupado... Siempre acaba apareciendo un recuerdo o, muchas veces también, una ausencia que perfora mi corazón. Sé que tengo una manera de ser complicada y que me abro al mundo de manera muy peculiar que no todos entienden, pero también es cierto que vivimos en una época de demasiado egoísmo y la mayoría de las personas tampoco tratan de entender a quien se les escapa. Eso agranda la brecha de soledad en la que me caigo cada día, cada noche.

No negaré que en los cuatro últimos años encontré un refugio importante en mis padres, en esos momentos en los que sentí que me necesitaban, me volqué emocionalmente con ellos; me desesperaban a veces, si, me hacían muy feliz, volver a mantener una relación tan estrecha con ellos me sacaba muchas sonrisas al cabo del día y, lo admito, fueron muchas las jornadas enteras en las que ocupándome de ellos, escuchándolos, intercambiando anécdotas y a veces conversaciones incluso vacías, se me pasaron las horas entre el amanecer y el ocaso sin derramar una lágrima por mi hermana, lograban mantenerme alejado de esa melancolía, consiguieron ellos, ¿quiénes si no?, quitarme minutos, horas y días de esa tristeza que se apoderó de mi cuando Marti se fue.

En siete meses los perdí a los dos, la Encarnita se fue una día de mayo, agarrada a mi mano, entre suspiros y lágrimas que no supe calmar. No pudimos despedirla como necesitábamos, no hubo funeral, ni velatorio, solo un triste adiós a las puertas del cementerio. Manolo no quiso vivir la Navidad sin su amor, se acostó la tarde Nochebuena y nos dejó el 26 de diciembre, me avisó de que era el momento y, como su mujer, agarrado a mi mano y derramando lágrimas dio su último suspiro. Dos imágenes tan similares que jamás lograré olvidar. La soledad regresó, la tristeza se instaló de nuevo, si es que llegó a irse, en mi corazón. No puedo ver nada del mismo modo, no puedo vivir la vida igual, me faltan tres apoyos en mi vida y aún he logrado averiguar cómo seguir manteniendo el equilibrio sin ellos.

Nada será igual, no puedo avanzar y sonreír a la vez, no sé, nadie me enseñó. 

miércoles, 10 de febrero de 2021

No hay consuelo para tanta pérdida

El 2020 no fue desde luego un año nada bueno, no diré eso de “para olvidar” porque tampoco quiero olvidarlo, fue el último año que compartí mi vida con las dos personas más generosas que he conocido, junto a Marti, mis padres. Entregaron sus vidas sin condiciones a sus hijos, los seis, más tarde a sus nietos. Porque todo, por pequeño y absurdo que pareciera, nos los consintieron, aunque pudimos imaginar en algún momento que fue así. Pero reflexionando ahora, con las perspectiva de los años y haciendo un análisis frío y objetivo, no se les quedó nada por darnos.

Poco más de siete meses después de la marcha de mi madre, le siguió Manolo, el bueno de Manolo, de gran temperamento y corazón infinito.

A don Manuel, a Manolo el del banco, que no le dejado ni siquiera celebrar la Nochevieja. Y lo vamos a echar de menos, mucho, porque su sonrisa y su humor van a dejar hueco, esa predisposición incondicional a ayudar siempre, más aún. El hombre recto, formal, el señor elegante siempre con chaqueta y corbata, siempre.

Ese pobre chavalín que empezó a trabajar con 14 años, lejos de casa, en un Madrid que le trató con frialdad y lo forjó como el hombre valiente que nunca quiso ser. Antes ya había dado el callo en el campo, pero al lado de su familia, de su madre, su tío Ricardo y sus hermanos; Madrid fue la soledad para el, aunque nunca habló con tristeza de aquella época de su vida en la que tuvo que vivir solo, siendo aún niño, mientras trabajaba de botones en el Banco Popular de los Previsores del Mañana.

Mi padre siempre se ocupó de su familia, siempre, echó mil manos a quienes se lo agradecieron y a quienes no, un hombre impetuoso y visceral, de enorme corazón y mano tendida. Un padre con mayúsculas.

Te vamos a echar de menos, papa, porque eres insustituible, porque discutir contigo era un reto, saber que no me ibas a fallar jamás, fue un alivio. Contigo se cierra el punto de encuentro familiar, así que habrá que ir inventando uno nuevo.

Solo puedo decirte adiós, nos vemos cuando me toque, allí estaréis esperando, imagino, tú y las tres que te precedieron.

Me gustaría saber que algún día encontraré de nuevo a los cuatro, bueno, las cinco. Mis padres, mi hermana Marti, a la que hoy, siete años después, sigo echando de menos como el primer día que nos dejó. También espero volver a ver la sonrisa permanente de Mercedes, Merceditas, a quien el destino nos arrebató demasiado pronto, y la Tata, que seguro sigue cuidando de ella y mirando de reojo a todos los demás.

martes, 13 de octubre de 2020

Marti ya estarás con ella, supongo


Más de un año sin escribir aquí, pero no por ello sn acordarme cada día de mi hermana Marti. Al revés, cada día que pasa la tengo más presente, la echo más de menos. Han sido 15 meses en los que no he vuelto a recordarla aquí porque han sido muchas cosas las que han sucedido, como todos sabréis los 7 meses han sido una pesadilla colectiva en prácticamente todo el mundo, 

Todo esto del Covid 19 creo hubiera muy cuesta arriba para ella, porque habría sido grupo de riesgo y además trabajanba en uno de los hospitales más castigados por la pandemia en España. Para colmo, en medio del confinamiento se iba mi madre y eso a Marti le habría podido, estoy seguro. Daría lo que fuera por seguir teniéndola a mi lado, pero a la vez me alegro de que se haya ahorrado el tener que vivir estos durísimos meses.

Así es, el 8 de mayo, tras un mes en la cama, mi madre dejaba este mundo y me abría otra herida en el corazón, una nueva herida que se suamba a esa que nunca cicratizará que dejó la marcha de Marti. En este caso estába algo más preparado, mi madre con 90 años y dependiente ya en los ultimso años, era algo que nos podíamos imaginar, sabíamos que su final podría llegar en cualquier momento. Lo más duro sin duda fue que se marchase en medio de una pandemia y un confinamiento que no nos permitió darle un último adiós como hubiéramos querido. Su último aliento fue en mis manos, ahí estaba yo, junto a ella, sujetándole la mano cuando de reprente, así, sin más, se fue. Creo que el alma se me rompió un poco en ese momento.

No os voy a contar más detalles de esto, pero si quiero deciros que hoy mi hermana Mercedes ha encontrado en la casa un cuaderno manuscrito en el que mi madre iba recopilando mil escritos. Son refranes, dichos, motes, chascarillos de tradición oral que han ido pasando de madre a hija en la familia de mi madre. También hay nombres y datos de familiares antiguos y, sobre todo, una impronta innegable de "la Encarna" que me ha hecho volver a emocionarme una vez más al recordarla.

Si hay una vida más allá de la vida, supongo que ahí estarán juntas, cuidándose mutuamente, mi sobrina Mercedes, mi hermana Marti y mi madre, Encarna. Ojalá exista esa vida más allá de la vida, ójala sigan viendome y cuidándome.

martes, 2 de julio de 2019

Sigues latiendo fuerte

Pronto se cumplirán siete meses desde mi última publicación aquí. Que pasara casi un año entre las dos anteriores publicaciones y más de medio entre la última y esta no significa, para nada, que me haya olvidado. Es cierto eso que te dicen cuando pierdes a alguien y que te cuesta tanto creer: "a todo se acostumbra uno". No es que renuncie a su presencia, pero si es cierto que te acostumbras a no verla. 

Pasan los días, las semanas, los meses, los años... Ya son cinco años sin mi hermana y parece que que fue ayer cuando salimos corriendo, recorrimos 150 Km entre lágrimas y congoja para hablarle por última vez y decirle adiós. Cinco años de su marcha, de aquella mirada final que es imposible borrar de la memoria. Cinco años de este blog en el que plasmé mis primeras lágrimas con su ausencia, mis recuerdos de toda una vida a su lado. Creedme que agradecí cada comentario que habéis dejado en las entradas de este blog, cada vez que leíais mis sentimientos más desagarrados, me sentí querido y acompañado cada vez que alguien me decía por la calle: "qué bonito lo que escribes de tu hermana" y sentí que la queríais. 

Cuando se cumplió el fatídico aniversario escribí en las redes sociales que estos cinco años se me han hecho eternos sin ella y poco tardaron dos personas en escribirme con bonitas palabras. Gracias también por eso.

No penséis que porque haya pasado un lustro desde que nos quedamos sin su sonrisa, porque yo diga que se acaba acostumbrado uno a no tenerla, las cosas pasan más suaves, no, para nada. Los ojos siguen inundándose cada vez que llega a mi memoria su cara, su presencia, nuestras conversaciones, esas cañas (que nunca volvieron a ser las mismas) al medio día, cada vez que recuerdo sus abrazos, sus besos, sus lágrimas (que las hubo), siempre que hablo, pienso o escribo de ella, siempre se me nubla la vista con una película de líquido vidrioso que corre ante mis pupilas.

Aprendimos a vivir sin esa persona que nos daba la vida, pero nunca podremos olvidarla, jamás se borrará su memoria. Cuando corro, ella corre conmigo, cuando subo una montaña, ella sube conmigo ¡y no se cansa!. Cuando monto en moto, ella es mi guía, cuando viajo en tren, ella me me compaña, cuando vuelo en avión, ella es mis alas.

Por ti, Marti, por tu sonrisa, por ese corazón que, de tan generoso que fue con los demás, acabó rompiéndose. Te quiero, mucho, siempre.

martes, 4 de diciembre de 2018

Todo sigue, más o menos, igual

Fotomatón: Marti y yo en los 80
Aunque haya pasado casi un año desde la última vez que escribí por aquí, pocas cosas han cambiado. Quiero decir que sigo echando de menos a mi hermana tanto como hace un año o dos, simplemente aprendes a vivir con la ausencia, con ese sentimiento de vacío, pero poco más cambia. Cada serie de tv que veías me recuerda a ella, cuando hablábamos del último capítulo o de sus personajes. Cada lugar al que fuimos juntos, cada actividad en la que participábamos los dos, cada fecha señalada...

No veo el momento de volvernos a encontrar, si es que eso es posible. Yo quiero pensar que si. Trato de no convertirlo en una meta, intento que la meta sea vivir el hoy, el ahora, compartir con quienes siguen a mi alrededor. Pero es difícil, mucho.

Ha habido noticias en los últimos días, no muy buenas, digamos, y me siento derrotado, ahora si la vida ha podido conmigo, me doy por vencido. Esas ganas de luchar que siempre he tenido, se han disipado, como lágrimas en la lluvia que dijo Dolph Lundgren en Blade Runner. En serio lo digo, se me fueron las ganas de reivindicar, de defender al débil, de luchar por nuestros-mis derechos; claudico en esa batalla de "lo justo".

Puedo decir que ninguna noche de fiesta me ha dado jamás tanta satisfacción como está dando la actividad física, el running, concretamente, que dicen ahora. Así que ahí me refugiaré, voy a seguir buscando esas satisfacciones, a cerrar la boca, a alejarme un poco de las redes sociales y a intentar dedicarte cada pequeño logro que alcance en ese mundo. Creo, después de todo lo sucedido en la última semana, que es lo único que me merece la pena.

martes, 2 de enero de 2018

Otro año más, o menos

Nochevieja 2011-2012
Comienza 2018, comienza otro año que me toca vivir sin tí, con todos los planes, todos esos que teníamos hechos, que yo había hecho, alterados, jodidos, desaparecidos, planes para un día, para toda una vida, para unas simples cañas... Seguiré adelante, nunca falto a mi palabra, y lo haré porque tu me lo pediste, antes de saber lo que pasaría me lo pediste, me lo vovliste a pedir en aquella cama de hospital y, de alguna manera, creo que me lo sigues pidiendo. Pero seré sincero, hay veces, muchas, en las que ganas, lo que se dicen ganas, la verdad, cada año tengo menos. Es como si se apagaran los motivos, porque aunque salgo a la calle mirándolo todo con una sonrisa, con ilusión, con esperanza, con mis mejores deseos, hay momentos, bastantes, de flaqueza, momentos en los que siento que no hay un por qué.

Es muy complicado entender desde fuera, imagino, lo difícil que es sentarse a la mesa una nochevieja para cenar, con la familia, y tomar las doce uvas al son de las campanadas de la Puerta del Sol con una ausencia tan notable como la tuya. Supongo que la mayoría de la gente acepta pero no termina de comprender que tras las doce campanadas, los besos y abrazos entre unos y otros están incompletos, que después de la cena y la entrada en el año nuevo en familia, no hay ganas de fiesta ni de cotillón. Tendría que beber demasiado para reunir una sensación de abstracción tal que me pudiera permitir salir a celebrar que vivo un año más, aunque tu no lo hagas conmigo.

Y a pesar de todo, seguiré andando tras el 1 de enero, superaré esos momentos de bajón emocional, saltaré por encima de la adversidad y de las lágrimas, y llegaré a la meta, ese destino, culquiera que sea, que la vida me tiene reservado. Empezamos 2018 igual que acabamos 2014, sin poder verte, sin poder abrazarte, lo haremos, lo haré, por tí, porque a pesar de todo siempre estarás en mi corazón, Marti, siempre.

jueves, 19 de octubre de 2017

Carta para ti un jueves por la noche

Un jueves cualquiera, una noche más de entre tantas, y me vienes a la cabeza, una vez más, de manera intensa, como suele pasar muchas noches. Me llegan recuerdos contigo, momentos especiales, momentos sin trascendencia, sonrisas y lágrimas, instantes en los que nos enfadamos tu y yo, pero tambien en los que nos reímos como si no hubiera mañana y que bien que hicimos, porque de repente un día, no hubo mañana.

La noche es mala compañera de almas solitarias como la mía, las de otoño más aun, los recuerdos se apoderan de mi hasta impedirme dormir, no quieren convertirse en sueños, se mantienen ahí, como recuerdos bien despiertos que se obcecan en mantenerme en vela para que no me deshaga de ellos, como si en algún momento se me hubiese ocurrido semejante ocurrencia. Jamás podré olvidar la inmensa mayoría de mis recuerdos contigo, porque aun hoy, aun esta noche, tres años y pico después de tu partida, sigo necesitándote para vivir, para seguir adelante. Ya ves, a mi edad y sin haber aprendido a vivir sin mi hermana mayor.

Me acuerdo de nuestro viaje a Asturias, de aquel largo fin de semana en Albarracín, de Nerja, de Zaragoza... España a vista de hermanos, vacaciones familiares, las que nuestros padres, por circunstancias de la vida, no me pudieron dar y que vosotras, mis hermanas, todas, me distéis y tu siempre presente en ellas. Tu y yo promovíamos esas vacaciones familiares a las que una veces se sumaba una, otras veces la otra, ocasionalmente varias, y así, entre hermanas casi siempre, descubrí poco a poco España. Y luego me vienen recuerdos de aquel vieje a Granada, mis hermanas y yo, aunque a este viaje tu ya no pudiste venir, o si ¿quién sabe? Y me da rabia, porque se que hubieras disfrutado mucho, y tal vez lo hiciste, como a Peralejos de las Truchas, vacaciones rurales en las que Custom se divirtió como nunca lo he visto, y me hubiera gustado que tu también hubieses estado allí, y quién sabe si estabas. Me gusta pensar que si, que no te has perdido ni un solo momento de mi vida, de nuestras vidas, desde aquel mes de junio de hace tres años. Pero aun así lo que necesitaría es un abrazo de esos tuyos, de esos que curaban el alma, de esos que calmaban cualquier inquietud, que fulminaban cualquier problema. Un abrazo de esos tuyos...

¿Sabes? Estaba ya metido en la cama y he tenido que salir de ella para escribirte, porque aunque desde mi colchón te he dicho todo esto y mucho más, quiero estar seguro de que te llega, y se que por carta es la manera más fiable de que lo haga. Si alguna vez puedes, regresa, aunque solo sea unos segundos, y dame uno de esos abrazos, aquel que no quise darte en la cama del hospital para no moverte demasiado, aquel debí darte a pesar de todo, aquel que te daría sin dudar si pudiera volver atrás en el tiempo. Si alguna vez te pasas por aquí, no te olvides de dármelo, aunque esté dormido, no te preocupes por eso, porque me daré cuenta y sabré que aquel abrazo que te debo, ya me lo has dado tu. Y recuerda, siempre, que te quiero, Marti, te quiero.